Contagio
Es la noche
más larga
en la que entre perros
se contagian
el ladrido.
Intento dormir
mientras el aire
riega
su aullar
desde azoteas,
patios y rincones
hasta mi cuarto:
uno a otro
can,
gritando, el gritar
desata.
De la rabia
que yergue alto
su voz
me sé lejos;
seguro
ante el coraje
que los transforma
en remedo
de lobos.
Pero conforme
me sumerjo
hacia el viaje
de amnesia
del REM,
los siento allanándome,
con el eco de su hocico,
el sueño:
de pronto,
me hallo huyendo
de una jauría
que busca,
en mi carne,
descansar el ansia
de su boca.
Por horas
evado milagrosamente
colmillos y dentelladas
y, justo cuando, exhausto,
siento una mandíbula
dibujándoseme
en el muslo,
despierto.
Veo el reloj
que marca las cuatro,
escucho la ciudad
en absoluto reposo
y descubro
lo incontables e incontenibles
que son
los vericuetos
por donde entra
el contagio.