Cuento 

Déjame ir

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La mañana de aquel lunes me asignaron el segundo cubículo dónde clasificamos a los pacientes con enfermedad renal. Me presenté con cada uno de ellos y les dije que yo sería su enfermera. Para mí suerte la mayoría no tenían pendientes, solo la señora de la cama 616 tenía la necesidad de la instalación de un catéter y comenzar con su diálisis peritoneal.

Empecé haciendo sus hojas de diario, les tomé sus signos vitales, les proporcioné su dieta y les administré sus medicamentos conforme a la hora que tenían indicada.

En el hospital siempre se aconseja que este un familiar acompañando al enfermo, para que nos comunique si tiene alguna necesidad o simplemente para que lo escolte al baño, porque en ocasiones algunos pacientes se pueden sentir apenados con la enfermera.

Ese día me percaté que la señora que tenía pendiente la instalación de catéter estaba siempre acompañada por el mismo hombre: un señor delgado, aperlado, con bigote, que vestía camisa de cuadros, cachucha y un pantalón de mezclilla desgastado.

Me acerqué para comunicarle que debía conseguir el catéter en una farmacia de especialidad para que el nefrólogo lo pudiera instalar. Al escuchar esto me pidió mi recomendación de dónde comprarlo. Le expliqué a dónde ir. Al terminar su visita, se despidió de la paciente con un beso, diciéndole que no tardaba. Yo quedé admirada por que el señor no tardó ni treinta minutos y ya tenía todo el material que se le había pedido. Cada cosa que ella necesitaba, él estaba ahí, atento. Sin importar el costo, él lo conseguía.

Todos en el equipo de salud reconocíamos el sacrificio que hacía, debido a que sabíamos que era una persona muy humilde y de pocos recursos. Cerca de las once de la mañana pasó el doctor e instaló el catéter; de inmediato comenzamos la diálisis.

El médico habló con el señor y le comentó que el estado de salud de su familiar era delicado, que se esperaba favoreciera en unos días con la diálisis pero que no podía prometer nada. Mi paciente de la 616 era una mujer robusta, con edema generalizado, dificultad para respirar y un fallo en el corazón. Aun así, ella estaba alerta y hablaba un poco.

Ya se aproximaba mi hora de salida, verifiqué que a mis demás pacientes no les faltara nada y entregué mi turno a la enfermera de la tarde.

Al día siguiente, me asignaron los mismos pacientes. Antes de irse mi compañero del turno anterior, me comentó que la paciente de la cama 616 había tenido un paro cardio-respiratorio durante la noche, que la habían logrado estabilizar pero que estaba inconsciente, que el marido ya estaba enterado de que su estado de salud era crítico.

Y ahí estaba él señor, con la misma ropa del día anterior. Se notaba que no había dormido ni comido muy bien. Estaba cansado y recargaba su cara en la cama de su esposa buscando descansar pero sin alejarse de ella.

Lo primero que uno se pregunta es ¿por qué solo él la acompaña? ¿dónde están sus hijos? Siendo una pareja mayor es normal que sus hijos se acerquen en estas condiciones, buscando ayudar o por lo menos aparentar preocupación.

Me acerqué a la pareja y le regalé al señor una dieta que había sobrado. Le pregunté si no lo habían podido relevar, que lo veía cansado. Él empezó a contarme algo cabizbajo: —Ella es mi esposa, señorita. Es todo lo que tengo. Nunca pudimos tener hijos y no somos de esta ciudad. Ella me dice que ya no gaste más en medicinas. Quiere que me la llevé a la casa. Bueno, eso me dijo anoche, antes de que se pusiera más mala.—

Por un momento me puse en su lugar: sentí su tristeza y sus ganas de no rendirse. Le dije que si en algo podía ayudarlo, aquí estaría. Él respondió con un «gracias, es usted muy amable».

Continué con los demás pacientes. Pasaron varias horas. Cuando la paciente de la cama 616 despertó, su esposo había salido para que una hermana de ella pudiera visitarla. Es muy raro que un paciente que ha estado inconsciente despierte de esa manera. Se dice que cuando lo hacen es solo para despedirse, y francamente, varios enfermeros creemos que es cierto.

Yo estaba atendiendo a otro paciente, cuando sentí que me sujetaron la mano con fuerza. Era ella y me dijo: —Mija, diles que ya no me hagan nada. Yo me quiero ir a mi casa.—

Su hermana estaba llorando por verla en ese estado. Se acabó el tiempo de visita y tuvo que retirarse. Su esposo volvió con ella. La paciente de la cama 616 dormía, despertaba y con dificultad le decía a su esposo que ella quería irse a su casa, que quería estar en su cama y ver a sus sobrinos.

—Fuiste muy buen esposo conmigo, perdón por no poder darte un hijo —le dijo, mientras el señor lloraba.

—Te pondrás bien y te irás conmigo—le respondió él entre lágrimas.

Lo último que escuché fue «amor ya no gastes dinero en mí… ya no hay nada que hacer». Me tuve que retirar para no llorar frente a ellos. Ya casi terminaba mi turno.

Cuando el esposo de mi paciente de la cama 616 se acercó al médico pidiéndole una alta voluntaria, le comentó que había comprado un tanque de oxígeno para llevarla a casa, y que ya sabía hacer la diálisis porque yo le había enseñado.

El médico le respondió que ella necesitaba una gran cantidad de oxígeno para mantenerse con vida. Que un solo tanque no le sería suficiente ni para terminar el día, que lo mejor era seguir tratándola en el hospital, que sería muy costoso mantenerla en casa. El esposo replicó que no importaba lo que tuviera que gastar para ver a su mujer bien, que de ser necesario vendería su casa, pero que ella se iba a recuperar.

El turno continuaba. Mientras, él seguía buscando la manera de llevar a su esposa a casa. Ya eran cerca de las tres y me tocaba entregar mis pacientes al siguiente turno, le comenté a mi compañero el nombre de cada uno y su patología, así como las cosas que habían quedado pendientes.

Aunque ya había salido del hospital, todo el día estuve pensando en ellos. Al día siguiente desperté, me bañé y me puse mi uniforme para volver al trabajo. Conduje al hospital. Me volvieron a dar el mismo cubículo. Suele pasar que conoces mejor a tus pacientes si te quedas con ellos toda la semana. Busqué a mi compañero de la noche para que me entregara a los pacientes, caminé por el pasillo hasta que entré al segundo cubículo: una cama estaba vacía.

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