Editorial Ensayo 

El antiguo festival céltico pagano de Samain y su continuación en la fiesta laica de Halloween, el día de los difuntos cristiano y el día de muertos en México

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Resumen:
En el artículo se analiza la festividad mexicana del Día de Muertos, sus raíces parciales en la Festividad de los Muertos de los antiguos aztecas, y la forma en que se desarrolló a partir del Día de los Difuntos cristiano, cuyo origen se retrotrae a su vez a la antigua festividad céltica pagana de Samain. Se estudia también la reciente introducción en México de la actual fiesta laica de Halloween, derivada asimismo de Samain, y la forma en la que los mexicanos reaccionan ante este acontecimiento.
Palabras clave: Samain, Día de los Difuntos, Dia de Muertos en México, Halloween.

Abstract:
The article focuses on the Mexican Día de Muertos (Day of the Dead), its partial roots in the Feast for the Dead of the Aztecs, the way it evolved from the Christian All Souls´ Day, and the latter´s origins in the pagan Celtic feast of Samain. The parallel celebrations of Halloween, also derived from Samain, and the different ways Mexicans react to the introduction of this festivity into their country are also analyzed.
Keywords: Samain, All Saints Day, Mexico´s Dia de Muertos, Halloween

Introducción

En México se recuerda a los difuntos durante los dos primeros días de noviembre  en una celebración muy peculiar que es hoy sin duda una de las fiestas tradicionales más populares, extendidas y arraigadas en la cultura mexicana, y una atracción turística de grandes dimensiones.

Cada año, al llegar esas fechas, tiene lugar en muchas partes de México una serie de singulares eventos con objeto de conmemorar a los miembros de la familia que han dejado este mundo. A este ritual se le conoce como Día de Muertos, y se celebra también en otras regiones de América Central y, últimamente, en zonas de Estados Unidos.

Cuando los españoles llegaron a México se encontraron con que los nativos celebraban un ritual en el que aparentemente se burlaban de la muerte. Los recién llegados cristianos trataron entonces, sin lograrlo, de erradicar esta práctica que se venía realizando desde al menos 3000 años. Con ella, los pueblos mexica-tenochca (comúnmente conocidos como aztecas), que imperaban en Mesoamérica cuando Hernán Cortés invadió México (1519), honraban a sus muertos en Agosto y veneraban a Mictecacihuatl, Señora de Mictlan, Reina de Chignahmictlan, el Noveno Nivel del Mundo Subterráneo. Los aztecas conservaban calaveras como trofeos, y las exhibían durante estos rituales anuales. Las calaveras simbolizaban muerte y renacimiento, y servían para honrar a los muertos, que ellos creían que regresaban a este mundo a visitarles durante ese festival de un mes de duración. Al contrario que los españoles, que consideraban la muerte como el final de la vida, los mexicanos la veían como una continuación de la vida. Para ellos, la vida era un sueño, y sólo la muerte podía hacer que se sintieran plenamente despiertos. Los clérigos españoles consideraron ese ritual como sacrílego y trataron de suprimirlo, pero ello resultó casi imposible, como había sido imposible erradicar otros muchos festivales y ritos paganos en otros muchos lugares del mundo, incluyendo el arcaico Samain de los antiguos celtas, que poseía sorprendentes similitudes con ese Festival Azteca de los Muertos. Las autoridades cristianas siguieron entonces las prácticas que ya habían adoptado en casos similares para tratar con estas (para ellos) difíciles situaciones: cuando no podían acabar con una práctica, rito o creencia pagana firmemente establecida, la asimilaban. En este caso particular, el Papa Gregorio I convirtió en el año 601 la antigua festividad céltica de Samain la víspera del 1o de noviembre en el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos. Éste fue desde entonces celebrado en los países cristianos, y trasladado de España a México, donde esa festividad de origen céltico fue incorporando características locales hasta convertirse de manera gradual en un singular, claramente distintivo y extraordinariamente complejo ritual formado por una rica mezcla de elementos célticos, españoles y mexicanos. Implica a casi todos los ciudadanos, tanto como participantes o como observadores, y a una enorme multitud de visitantes, sobre todo de Estados Unidos y Canadá. Debido a esto último, ha venido sufriendo en muchas localidades alteraciones visibles, quizá inevitables, que lo han convertido en cierto modo en un show teatral orientado al consumo turístico.

Al tiempo, Halloween, una versión moderna del antiguo Samain céltico, arraigado en Estados Unidos por la acción de la enorme cantidad de irlandeses que emigraron a ese país   durante el siglo XIX, ha penetrado ahora en México de la misma forma con que lo ha hecho en otras muchas regiones del mundo donde la gente, consciente o inconscientemente, imita las costumbres provenientes del rico país del Norte. Sin embargo, existen muchos mexicanos que consideran Halloween como una muestra más de la agresividad norteamericana y de su imperialismo cultural, sin darse cuenta de que tanto Halloween como el Día de los Difuntos y su Día de Muertos no son más que modernas versiones de las arcaicas festividades del céltico Samain y de la Festividad de los Muertos de los aztecas. De todas formas, el Día de Muertos sigue siendo primordialmente un símbolo con el que los mexicanos tratan de re- simbolizarse a sí mismos.

El Día de Muertos en México 

El Día de Muertos, considerado por la general como la festividad más distinguida del calendario mexicano, es básicamente una alegre celebración durante la cual millones de ciudadanos creen que de alguna forma recibirán la visita en espíritu de sus familiares difuntos. Considerando que ya existen numerosas descripciones del mismo (Ochoa Zazueta 1974; Ramos Galicia, 1987; Nutini 1988; Carmichael and Sayer 1991; Sayer 1993; Brandes 1998), éste será presentado aquí en forma de sinopsis.

El Día de Muertos (Figs.1-6) dura dos días. El primer día, el de Todos los Santos (1o de noviembre), está dedicado a los niños difuntos; en el siguiente, Día de los Difuntos, se conmemoran los adultos fallecidos. Las celebraciones engloban tradiciones célticas, aztecas y católicas que varían de región a región. En algunos lugares la fiesta es un acto social: una ocasión de reunión e intercambio entre los miembros de la comunidad en los cementerios locales. En ciudades medianas y pequeñas, y en pueblos y aldeas la festividad conserva un fuerte contenido religioso, mientras que en las grandes ciudades las tradiciones culturales y las costumbres culinarias prevalecen sobre los aspectos espirituales de la fiesta. Sin embargo, los rituales básicos son idénticos y generalizados.

Las flores son de la mayor importancia para la decoración de los altares familiares y las tumbas en los cementerios. Montañas de flores son expuestas para la venta en puestos callejeros a lo largo del país. Entre ellas, la amarilla y naranja cenpasuchitl, una variedad local de la flor maravilla, constituye el adorno floral más tradicional para los difuntos. También se usan otras como el crisantemo. Durante semanas, los mercados ofrecen también variedades especiales de pan dulce, hojaldres y rosquetes, y en especial el «pan de muertos», un típico panecillo con cortezas en forma de huesos cruzados y una calavera en la parte superior. Otros tipos de pan tienen forma de momias, o un minúsculo esqueleto de plástico en el interior que se cree trae buena suerte a aquél que logra morderlo en el primer intento. Las tiendas y puestos callejeros presentan también grandes cantidades de caramelos o chocolates con forma de esqueletos, ataúdes o calaveras. En algunos lugares, amigos y familiares acostumbran a intercambiar regalos con motivos fúnebres, como esqueletos de caramelo, que se consideran como más sofisticados si portan en su superficie el nombre del recipiente.

Durante los dos días de las celebraciones, las familias se reúnen en los cementerios con ofrendas de comida y bebida para sus familiares difuntos, creyendo que de alguna forma éstos las han de compartir. Al mismo tiempo cuentan historias u ocurrencias acerca de sus difuntos para conservar de esta forma su memoria, mientras celebran picnics con platos típicos, como mole negro (carne con salsa muy picante) y tamales. Las tumbas y los altares familiares levantados junto a las mismas son adornados con una profusión de flores, amuletos religiosos, fotografías de los difuntos y ofrendas con sus platos favoritos, bebidas y otras cosas que esos difuntos habían disfrutado en vida, como por ejemplo cigarrillos. También depositan en los altares atoles, y una bebida espesa, dulce y caliente hecha con harina de maíz, agua, y frutas variadas. Sobre ellos colocan también velas con la intención de alumbrar el camino que ha de seguir el espíritu de el difunto para llegar a ese lugar y recibir las ofrendas. El autor mexicano Víctor Buendía describe cómo es este día, en la localidad de Mizquic,

«Dicen que los espíritus llegan a la aldea en una hilera, como en una procesión, y al pasar por delante de las casas abandonan el grupo para entrar a saludar a sus familiares, y por eso es que las puertas son dejadas abiertas hasta muy entrada la noche. En esta ocasión, los visitantes pueden entrar y salir de las casas donde son expuestas espléndidas ofrendas» (Buendía 1983:43).

La pequeña y montañosa localidad de San Mizquic, a unos sesenta kilómetros al SE de la Ciudad de México, ofrece una de las más destacadas y emotivas celebraciones del Día de Muertos. Se enciende una vela para cada difunto y, según las leyendas locales, cuando el sol se pone tras el horizonte todos los espíritus de los difuntos de la aldea regresan al lugar y a sus antiguas viviendas, guiados por el olor de sus platos favoritos.

Para hacer su corta visita más agradable, ofrecen juguetes a los espíritus de los niños difuntos, y pulque o tequila a los adultos. Todas las puertas de las casas están abiertas durante esos dos días a fin de ofrecer cobijo y bienvenida a los familiares y amigos que vienen a participar en las celebraciones y visitar las tumbas y el altar erigido por la familia. Un ataúd con un esqueleto de cartón blanco encima es llevado en procesión por las calles y, a su paso, mujeres vestidas de riguroso luto negro portando velas encendidas lloran como muestra de adhesión. Tras entrar en algunas de las casas a lo largo de la ruta, en las que el dueño entrega a los visitantes pan o calaveras de azúcar como ofrenda, la procesión termina su curso en el cementerio local, donde se realiza un funeral simulado. A las cuatro de la tarde del día dos de noviembre, las campanas de un antiguo convento agustino llaman a los fieles para que se congreguen en una procesión dirigida al cementerio. Los vecinos se acercan en silencio portando ramos de gladiolos, cempasuchitl(flor maravilla) y velas[1] . Los familiares barren y limpian las tumbas, las cubren con pétalos, prenden las velas, queman copal e incienso, y oran. Al llegar la medianoche, todas las tumbas están alumbradas por cientos de velas que brillan sobre los rostros de los allí presentes, que susurran o lloran en silencio para renovar la conexión con los familiares difuntos.

Estos actos en Mizquic son sólo un ejemplo, ya que en general la mayor parte de los festivales del Día de Muertos muestran características comunes: la gente decora las tumbas de sus difuntos con flores maravilla y velas, y deposita sobre ellas juguetes para los niños y botellas de tequila para los adultos. Después se sientan sobre mantas al lado de las tumbas y comen el plato favorito del difunto al que honran. En lugares como Guadalupe, la gente pasa el día entero en el cementerio. En otros sitios los vecinos acostumbran a ponerse calacas (máscaras de madera imitando calaveras), y tras danzar en honor de sus familiares difuntos colocan esas calaveras sobre los altares a ellos dedicados. Los familiares y amigos de los muertos comen también esqueletos de azúcar con el nombre de la persona fallecida en la frente. Brandes describe tres características que según él son únicas, y solo se dan en México: «la primera, el nombre de Día de Muertos; la segunda, la abundancia y variedad de fantasiosos panes dulces y velas; y la tercera el humor y alegría presente en la festividad» (Brandes 1998: 363). Otros detalles peculiares son las ofrendas, que suelen ser velas y luces votivas, el uso de «papel picado» para las decoraciones, un brasero de cerámica ante el altar para quemar copal (un tipo de resina utilizado por los antiguos aztecas para realizar ofrendas a sus dioses), senderos realizados con pétalos de cempasuchitl que terminan ante los altares, platos típicos colocados en diversos potes de cerámica (de composición diferente según las regiones) acompañados por el omnipresente pan de muerto, trozos de «calabaza en tacha» (cocida en un jarabe de azúcar moreno), rebanadas de alfajor (caramelo de coco), agua fresca, calaveras hechas de madera, cartulina, barro cocido, cera y azúcar, ramas largas de carrizo (caña) formando un arco triunfal sobre el altar, y ofrendas especiales para los «angelitos» que han muerto en su tierna infancia. El «doble» (toque de campanas) es también corriente en muchas aldeas; como recompensa por esa labor, los jóvenes poseen en muchos pueblos el derecho de pedir a los vecinos el pago del «doble», que consiste por lo general en comida, leña o dinero en metálico. Una «velación», o vigilia con velas, es también mantenida tradicionalmente en muchos lugares en las primeras horas del día dos de noviembre en el cementerio local (Foster and Ospina 1948:220; Lok 1991, passim; Salvo 1997, passim; Brandes 1988: 90-95 y 1998:363). Las ceremonias estrictamente religiosas más comunes son las misas de difuntos, a las que aún hoy atiende mucha gente, aunque el lugar central de la fiesta es el altar familiar en cada hogar.

En el estado de Oaxaca la gente provee al Día de Muertos con un significado aún mucho más intenso, que comienza muchos días antes de los dos días principales. En los remotos pueblos situados en los riscos de las altas montañas de la Sierra Madre del Sur, los aldeanos celebran estas fiestas con una melancolía profunda y genuina, acompañada por música triste y dolorosa, sin sentirse afectados por la presencia de visitantes de las ciudades o turistas extranjeros. Y existen también otros lugares donde son mantenidas con firmeza las antiguas tradiciones, entre otros la arriba descrita localidad de San Andrés Mizquic, y la isla-aldea de Janitzio en el Lago Pátzcuaro, en el estado de Michoacán. Incluso en los cementerios principales de la Ciudad de México, Panteón Jardín, Panteón Municipal y Panteón Francés, se pueden ver tumbas decoradas con flores, velas y comida y bebida, familias manteniendo vigilias ante los altares erigidos a sus difuntos y celebraciones tan elaboradas como las mantenidas en cualquier otro lugar del país.

Al percatarse de la gran importancia económica e ideológica de estas fiestas tradicionales, desde la década de 1970 el gobierno de México ha estado promoviendo sistemáticamente el Día de Muertos en varios lugares. El ejemplo más evidente es Tzintzuntzan, una pequeña comunidad de 3000 vecinos situada varios cientos de kilómetros al norte de la Ciudad de México, en las orillas del Lago Pátzcuaro, donde la intervención gubernamental contribuyó a transformar en gran manera la fiesta original. Miles de familias mexicanas de clase media y miles de turistas extranjeros (sobre todo estadounidenses) atascan las carreteras de acceso al lugar y las calles de la aldea, que se encuentran también rebosantes de puestos callejeros y vendedores ambulantes, así como el cementerio local, iluminado por los miles de velas ardiendo y los brillantes reflejos de las cámaras de televisión (Brandes 1988: 88-89; 1988: 367- 69). Otro ejemplo es el citado pueblo de Mizquic, donde se requiere ahora que los visitantes paguen por entrar al viejo convento agustino, a la vigilia en el cementerio, e incluso a los altares familiares dentro de las casas (Ochoa Zazueta 1974: 100). Muchas otras comunidades campesinas se han vuelto famosas dentro y fuera de México por su Día de Muertos, y atraen como resultado enormes cantidades de turistas nacionales y extranjeros. En muchos lugares, las originales y genuinas vigilias y celebraciones familiares se han convertido en shows. En Tzintzuntzan ofrecen incluso representaciones profesionales del clásico drama Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, por su conspicua relación con los muertos.

Fotografía ActionVance. Uso gratuito bajo la Licencia Unsplash

Samain 

La Antigua festividad céltica de Samain en la víspera del día 1o de noviembre ha sido regularmente descrita por celticistas, historiadores y otros eruditos como una ocasión de comunión con los espíritus de los difuntos, autorizados esa noche a deambular en el mundo de los vivos; una ocasión en que las puertas de separación entre este mundo y el próximo estaban abiertas; una oportunidad para dirigirse a los antepasados, que podrían proveer consejos, advertencias e indicaciones para ayudarnos en los años venideros; una fiesta de fin-de-verano o de recogida de las cosechas; y en general una ocasión para poder comunicarse con el mundo de los espíritus (Alberro 2004: 257-58 y passim). Durante ese día, nadie «podría sorprenderse realmente… si despertara en medio de la noche y se encontrara con los familiares difuntos sentados alrededor del fuego del hogar» (Danaher 1972: 207).

Dos distinguidos eruditos, Sir John Rhys en Oxford (1886: 514-15) y Sir James Frazer en Cambridge (1907:301-9, y 1914: I, 224-26), han sugerido que Samain ha sido el Año Nuevo céltico, y la fiesta céltica pagana de los muertos. Samain marcaba el final de un año y el comienzo de uno nuevo. Powell divide al año ritual céltico en dos estaciones principales, caliente y fría, sub-divididas en Irlanda de forma que cuatro festivales marcaban los cambios de estación. El más importante era Samain, y «la importancia de este festival era tan grande que prácticamente todos los acontecimientos importantes durante el período pre-cristiano giraban alrededor del mismo»(Powell 1991:145). Otro famoso erudito, Nora Chadwick, señala que «Samain era la época en que se bajaban las barreras entre el hombre y lo sobrenatural» (1971:181). Proinsias MacCana definió Samain como «un retorno parcial al caos primigenio… el escenario apropiado para mitos que simbolizan la disolución del orden establecido como un preludio a su recreación en un nuevo período de tiempo» (1970: 127). Años más tarde, Jeffrey Gantz concuerda con la definición de Powell: Samain podía ser considerado como un período de inusual poder sobrenatural «debido al gran número de historias y leyendas que tienen lugar durante esa fiesta, en las que seres humanos son atacados o abordados por divinidades, hadas, o monstruos… y el número de reyes legendarios que fueron muertos violentamente en esas fechas (1981: 361- 62). Para Alwyn and Brinley Rees, «la rotación de día y noche y luz y oscuridad poseía un profundo y significativo sentido para los celtas», y «al igual que el día consiste de dos mitades», el año céltico consistía de verano e invierno. En la víspera de Noviembre, Samain, los pastores regresaban a casa desde las montañas, para pasar el invierno. Los poderes sobrenaturales irrumpían «en una forma de mal augurio las vísperas de Noviembre y de Mayo, los nexos entre las dos grandes estaciones del año. Estas dos vísperas, junto con Midsummer (el solsticio de verano, hoy la noche de San Juan en los países cristianos), eran conocidas como ´las noches de los espíritus´… Los síds estaban abiertos en esta noche de púcas, y sus habitantes subterráneos salían a la superficie… Los espíritus de los muertos regresaban al mundo de los mortales y se hacían visibles» (Rees and Rees 1990: 83-90)[2] . En resumen, durante Samain, la noche del 21 de octubre, la tierra se abría, los espíritus acechaban a lo largo del país, reinaba la oscuridad y prevalecía un espíritu sobrecogedor y estremecedor. En los principales países célticos, Irlanda, Gales y Escocia, las asambleas más importantes eran celebradas en esa fecha. Barry Raftery, un distinguido arqueólogo y erudito, señala también cómo Samain era un importante festival dentro del calendario pre-cristiano céltico con orígenes muy anteriores a la Edad del Hierro (2000:82).

En su Dictionary of Celtic Myth and Legend, Miranda Green describe cómo Samain es «registrado en las tabletas de bronce conocidas como Calendario de Coligny, que datan del siglo I aC, como «Samonios… una época de gran peligro y vulnerabilidad… fuera del tiempo actual o suspendida del mismo, cuando se disolvían las barreras entre el mundo real y el sobrenatural, y los espíritus del ´Otro Mundo´ podían trasladarse libremente desde el síd donde habitaban hasta la tierra de los vivos… y cuando ocurrían los sucesos más extraños»   (1992: 185-86). MacKillop declara también que «la antigüedad de Samain está avalada por el Calendario de Coligny (siglo I aC)», y añade que «Julius Caesar informó que el Dis Pater de las Galias, dios de la muerte y del frío invernal, era especialmente venerado en esa época mediante el sacrificio de seres humanos que eran ahogados en grandes barriles» (Mac Killop 1998: 333-34).

Los equivalentes de Samain en el mundo cristiano son el Día de Todos Los Santos, introducido por el Papa Bonifacio VI en el siglo VII para suplantar este festival pagano de los muertos, y Halloween como forma no religiosa. En una reciente obra, el erudito galés John Davies describe a Samain como representando «el corte entre el año viejo y el nuevo, cuando el mundo era invadido por los poderes de la magia. Ello proveía una oportunidad para que los espíritus de los muertos pudieran mezclarse con los vivos, una tradición que aún sobrevive en Halloween» (2000: 86).

A pesar de todo lo anterior, Ronald Hutton expresa en un reciente trabajo su creencia de que no existen testimonios antiguos acerca de la existencia de Samain, «que depende completamente de deducciones proyectadas hacia atrás recogidas del folklore en los últimos siglos» (Hutton 1996:365). Esta posición escéptica de Hutton puede ser vista en la misma forma que la de dos distinguidos autores, que han ido recientemente tan lejos como para poner en duda e incluso cuestionar seriamente la propia existencia de los antiguos celtas como tales (Chapman 1992; James 1999). Ken Dowden argumenta a su vez que los cuatro festivales cuatrimestrales del calendario céltico- irlandés, Samain (1o Noviembre), Imbolc (1o Febrero), Beltaine (1o Mayo) y Lugnasad (1o Agosto), «han sido objeto de considerables especulaciones» (2000:209). Sin embargo, el mismo Hutton admite a continuación, en su obra The Station of the Sun, que «las creencias pre-históricas en el peligro representado por fuerzas sobrenaturales durante los días de cambio de estación ha sido reforzadas por las arcaicas y marcadas asociaciones con el día 1o de mayo…». Esto, según Hutton, «es lo que concede credibilidad a la caracterización de Samain como un ´particular numinous time´ realizada por Jeffrey Gantz y Proinsias MacCana, a pesar de la falta de evidencia clara en la arcaica literatura oral» (Hutton 1996: 366). Más adelante, este autor concluye el argumento admitiendo que no hay duda alguna de que el día 1o de noviembre era la ocasión de un importante festival pan-céltico, «un tiempo en el que había que protegerse contra las fuerzas sobrenaturales, a las que había que dedicar las oportunas ofrendas propiciatorias» (K. Dowden, 2000:370).

En todo caso, el que los celtas celebraran una festividad a los muertos en Samain está en línea con sus actitudes y creencias al respecto. Aún hoy, cuando la mayoría de los irlandeses son firmes creyentes en la doctrina católica de otra vida tras la muerte, éstos participan de extensas nociones a-cristianas acerca de los muertos propias de la tradición y el folklore irlandeses, que incluyen la creencia de que los muertos pueden regresar a este mundo, y que de hecho ocasionalmente lo hacen (Lysaght 1995:289).

«The witches of Macbeth», por Henry Fuseli

El Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos

 Ken Dowden escribió que «la historia del final del paganismo es la historia de la implantación del cristianismo. Por ello, el final del período pagano es una época de soberanos cristianos y concilios de obispos exterminando los últimos vestigios de prácticas paganas» (2000:4). Sin embargo, numerosas prácticas, creencias y costumbres paganas fuertemente arraigadas resultaron extremadamente difíciles de erradicar. Por ello, en lugar de tratar de extirpar tales creencias, las autoridades cristianas hicieron uso de la pauta establecida por Gregorio I antes citada: adaptar esas prácticas al uso cristiano. Las fuentes y manantiales sagrados fueron consagrados y colocados bajo el patronazgo de un santo o santa, y las fiestas religiosas de la Iglesia fueron fechadas de forma que coincidieran con los días sagrados paganos. Así fue cómo la Navidad quedó fijada el día 25 de diciembre, a fin de hacerla coincidir con las celebraciones del solsticio de invierno comunes en muchos pueblos de la Antigüedad, y la gran festividad pagana del solsticio de verano, Midsummer, se convirtió en la Noche de San Juan. Amalario, obispo de Metz, incluyó en su Ecclesiastica Oficii del año 827 un oficio u oración oficial para los difuntos. En 998, Odilo, Abbad de Cluny, instituyó una misa solemne para Todos los Cristianos Difuntos en todos los monasterios de esa Orden. En el Concilio de Oxford de 1222, el Día de Todos los Santos (1o noviembre) y el Día de los Difuntos (2 noviembre) fueron declarados oficialmente festividades cristianas anuales (Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana 1930: XVII, 1, 1082). Ambos festivales se convirtieron en el medioevo en una oportunidad de rezar por los miembros de la familia o amigos muertos (J. Dowden 1910:23; Frazer 1907: 301-9), y al final de la Edad Media, la fiesta cristiana de los difuntos se había convertido ya en un festival muy común y popular en muchas regiones de Europa. Un componente de los servicios era el de los entretenimientos, que incluían un famoso ritual consistente en tocar las campanas de la iglesia para confortar a las almas del purgatorio, después de que toda la congregación había orado por ellas.[3] En 1539, parte del servicio celebrado en la iglesia de St Mary Woolnoth en Londres consistió de un sofisticado show, lleno de colorido, realizado por cinco doncellas vestidas de blanco y adornadas con guirnaldas de flores que tocaban el arpa bajo las luces de las lámparas (Hutton 1996: 371). Esta festividad se siguió celebrando en Irlanda (y en otros países célticos) como lo que era en realidad, una continuación o acomodo cristiano del antiguo festival pagano de Samain: «La mayor parte de las gentes… consideraban estas festividades y estas fechas… como la ocasión de la visita de los familiares difuntos…» (Danaher 1972: 207).

«The three witches evoking spirits», George Arrents Collection

Influencia española en el Día de Muertos de México

 Tras la conquista de México, la sistemática destrucción de la civilización indígena era justificada por los invasores como una acción encaminada a erradicar las creencias y los rituales paganos, e introducir «la verdadera fe». Empero, prácticas firmemente establecidas, como el culto a los muertos, resultaron extremadamente difíciles de extirpar, y las autoridades españolas tuvieron que permitir su continuidad. Siguiendo el ejemplo de la Iglesia Cristiana de Europa, las nuevas autoridades determinaron que tales festividades autóctonas tuvieran lugar el Día de Todos los Santos (para los niños difuntos) y el Día de los Difuntos (para los adultos). Este arreglo correspondía con las arcaicas creencias y prácticas paganas de los mexicanos. En la propia España, en esos días se colocaban en las tumbas ofrendas de pan, vino y alimentos, y flores, como crisantemos. Se preparaban platos especiales para ser consumidos por los familiares de los difuntos, se encendían velas y lámparas de aceite, y se colocaban jarros con agua para saciar la sed de los difuntos. Los jóvenes se reunían para tocar las campanas la noche víspera del 1o de noviembre, se encendían fogatas, y a la puerta de la iglesia se colocaba un catafalco negro con una calavera blanca en un extremo (algo sumamente parecido a uno de los detalles más típicos y comunes del actual Día de Muertos en México). Y lo que es aún más importante, en España en esa época aún existía la creencia de que las ánimas de los muertos acostumbraban regresar esos días para compartir los alimentos preparados para esa ocasión por sus familiares en la Tierra. Un ejemplo: esta creencia en el regreso temporal de los muertos estaba tan firmemente establecida en algunas aldeas de Asturias, que muchas personas no se acostaban la noche víspera del 1o de noviembre para que las ánimas de los difuntos pudieran volver y descansar en sus camas tras su largo viaje a la Tierra (Caro Baroja 1968; Hoyos Sáinz 1944; Hoyos Sáinz y Hoyos Sáinz 1947; Scheffler 1991:25).

 

«The Witches Dance», Joseph Muller collection

Halloween 

Halloween, el 1o de noviembre, es una versión moderna del Samain pagano y la fiesta cristiana de los difuntos representada por el Día de Todos los Santos y el Día de los Difuntos (Stokes 1903:173,178-89). Halloween era un festival solemne y extraño, y mucha gente en Irlanda creía que durante el mismo los espíritus de los muertos regresaban a la Tierra, y hasta fechas muy recientes, nadie salía esa noche de su casa, a no ser que fuera absolutamente necesario. Y si tenían que hacerlo, tomaban extraordinarias precauciones: evitaban acercarse a los cementerios, y no miraban hacia atrás si oían pasos a sus espaldas, que ellos consideraban como provenientes de los muertos (Wood-Martin 1902: II, 266-68; Ó Súilleabháin, 1942; Foster, 1951; Danaher 1972). En Gales existía la creencia generalizada de que en cada escala de madera de las que allí existen para pasar por encima de un cerco habitaba un fantasma o un espíritu. Los aldeanos dejaban comida al lado de su casa como ofrenda propiciatoria a las almas errantes; la puerta de entrada no se cerraba con llave o cerrojo, y la cocina y la chimenea del hogar se mantenían limpias y dispuestas para la visita durante esa noche de los familiares difuntos (Trevelyan 1909; Jones 1930:152; Owen 1959). En Escocia, tal noche era también una ocasión de inquietud, estremecimiento y confusión, en la que muchos jóvenes deambulaban por las calles vestidos con capas blancas (Banks 1937-41: III, 160-62; McNeill 1970). Vestigios de tales actos pueden observarse aún hoy de varias maneras; un samhnag, u hoguera, era encendida en forma comunal en la colina conocida como Càrn nam Marbh, ´El túmulo de los muertos´ en Fortingall, a la entrada de Glen Lyon en Perthsire (Ross 2000: 147- 49). Costumbres y tradiciones similares han sido descritas también en Cornualles (Bottrell,1870; Deane and Shaw. 1975; Courtney 1998:3).

El Halloween moderno es aún conmemorado en todo el mundo céltico como una de las más importantes ocasiones anuales de fiesta, ya que todavía existe una fuerte memoria colectiva de dicha fiesta. En muchos de estos lugares la festividad consiste ahora de una mezcla de oraciones cristianas y rituales paganos, como es el caso en Caernarvonshire, Gales, donde los vecinos colocan un trozo de pan en el alféizar de la ventana para los espíritus ancestrales junto con una nota pidiéndoles su bendición (Hutton 1996:379-85). Halloween era también famoso en todas las regiones célticas por la costumbre de las prácticas divinatorias que se realizaban en ese día con objeto de predecir el futuro con respecto a muertes o futuros matrimonios de las personas que participaban de la fiesta y comida común, y por las actividades de los llamados mummers o guisers, que trataban de imitar o mantener a raya a los espíritus sobrenaturales que se creía que estaban sueltos ese día. Esos personajes eran muchachos y muchachas con rostros tiznados o con máscaras, con ropas y vestidos estrafalarios y estrambóticos, que llamaban a las puertas de las casas para recitar poesías y pedir bollitos, pasteles o fruta, especialmente manzanas (McCulloch 1923; Glass 1993:3). Estos guisers deambulaban por las calles en la oscuridad de la noche alumbrados con su propia y peculiar iluminación, consistente en nabos ahuecados con velas en su interior para actuar como linternas, esculpidos en su exterior para darles forma de rostros grotescos que se suponía imitaban a los espíritus (Miller 1889:63). Todo ello era común en Irlanda (Danaher 1972: 210-17), y en regiones de Inglaterra como Somerset, donde estos personajes eran conocidos como ´punkies´ (Palmer 1972:240-4). Las linternas hechas con nabos eran generalmente conocidas como ´Jack o Lanterns´, un nombre que parece comenzó a usarse por primera vez en el Este de Inglaterra (Rye 1865:112). Uno de los «espectros» principales en esa noche era la llamada «White Lady», que representaba quizá a una antigua y ya olvidada diosa pagana. Algo muy difícil de calcular es la proporción indígena de esas actividades (original de los países célticos de Europa), y cuánto se deba a la influencia ejercida por Estados Unidos en las últimas décadas.

En suma, Halloween ha sido y es aún celebrado anualmente en todas las regiones habitadas por gentes con raíces célticas: Gran Bretaña, Irlanda, Estados Unidos y Canadá, y Australia y Nueva Zelanda (Long 1930: 201-2; McNeill 1970; Danaher 1972). En Irlanda, donde la mayor parte de la población es católica (muchos protestantes muestran cierta animadversión a celebrar esta fiesta), las dos versiones originales, el festival pagano y la fiesta cristiana de los difuntos, han sido unidas para formar el presente ritual: un día liminal de renovación personal asociado con las arcaicas tradiciones populares. Por razones desconocidas, las celebraciones de Halloween son hoy más extensas en ciertas regiones como Irlanda del Norte, donde según George Long «the custom has a strong hold» (1930: 201). Jack Santino, que investigó recientemente este hecho, corrobora la aserción de Long: «Halloween puede ser la festividad que mejor captura lo más fundamental de la vida y las costumbres del Ulster… No es extraño que sea una celebración tan popular, tan excitante, tan importante…» (1998:162).

Con el transcurrir del tiempo, la gente comenzó a vestir de las formas más estrambóticas y diversas a los niños y los jóvenes que rondaban por las calles esa noche de Halloween, actuando de la misma manera que los antiguos mummers a cambio de comida o bebida (Long 1930: 217-33). Ello dio paso a su vez a la presente práctica de llamar a la puerta y proferir el «trick-or-treat» que el inquilino ha de contestar con caramelos, manzanas, una Coca-Cola o incluso unas monedas. Hoy día los disfraces más comunes son los que encarnan a fantasmas, brujas y esqueletos, y las costumbres más comunes son las de ofrecer a los solicitantes un «treat» compuesto de manzanas u otras frutas, o nueces, y de esculpir el exterior de los nabos o las calabazas. Estas son reminiscencias del original Samain, que poseía claros elementos típicos de una fiesta pagana para celebrar el final de la cosecha.

Un desarrollo dramático en la historia de esta festividad tuvo lugar debido a la fuerte emigración de irlandeses hacia Estados Unidos durante el siglo XIX, que introdujeron allí las costumbres de celebrar Halloween, que no tardaron en hacerse populares en ese país y en convertirse en una fiesta nacional norteamericana. Las calabazas substituyeron a los nabos como cubiertas para las linternas, y desde entonces multitudes de niños de ambos sexos vestidos con ropas que representan fantasmas, hadas, y brujas van de casa en casa con el usual «trick-or-treat», siendo el treat más corriente una manzana o caramelos.

En el mundo de los adultos, hombres y mujeres vestidos con las ropas más extravagantes y funestas participan en desfiles callejeros organizados por los ayuntamientos o por juntas de vecinos de barrio con sus calabazas con una vela dentro, o atienden numerosas fiestas privadas en las que se reviven las antiguas costumbres. Los participantes en estos actos con ecos tan arcaicos siguen en cierta forma invocando a los temidos poderes de la oscuridad, de las ánimas y de «Otro Mundo» que se funde con el nuestro en esa noche de posibilidades reversibles, roles invertidos y trascendencia. Y al hacerlo, reafirman el poder de la muerte y su lugar como parte de la vida en esa excitante celebración de un evento sagrado y mágico. Desde 1965, la UNICEF ha tratado de introducir en las fiestas de Halloween una recolección de dinero para el Children´s Fund de las Naciones Unidas (Bannatyne 1990: passim; Santino 1994). Y últimamente, como resultado de la gran expansión mundial de las costumbres y la cultura norteamericana, Halloween ha sido introducido y adoptado en un extenso número de países.

En Inglaterra, una corriente de censura y criticismo a la celebración de Halloween, especialmente en las escuelas y las iglesias, comenzó en la década de 1980 y aún continúa. No se trata de una reacción chauvinista en contra de una fiesta extranjera, sino de un eco de la campaña realizada en el mismo sentido por elementos cristianos fundamentalistas en Estados Unidos, en especial grupos evangélicos de denominación protestante, que tratan de presentar Halloween como a-cristiano y como una glorificación de poderes malignos. Los que lo hacen no parecen advertir que Halloween es en esencia parte de una fiesta cristiana de los difuntos que de manera inevitable conlleva reminiscencias de su previo origen pagano (Hutton 1996: 383-84). Además, estas objeciones a Halloween pueden tener quizá su origen en el hecho de que la alegría de esta fiesta consiste en su forma atrevida y burlesca de parodiar dos temas con los que la presente sociedad post-industrial se encuentra particularmente incómoda: lo sobrenatural y la muerte. Los detractores no se paran a considerar que Halloween, a pesar de sus raíces paganas, no debería ser temido, sino bienvenido como una ocasión de relajación, una forma de juego-terapia en la que los niños se pueden vestir y participar juntos en juegos y trucos, y los adultos pueden también vestirse en forma estrambótica y asistir a sofisticadas fiestas; y todo ellos pueden obtener placer, alegría y entretenimiento con los usuales fuegos artificiales y otros deleites. Esta es una ocasión en la que la gente puede entrar en los reinos del mito y la imaginación, que son importantes factores para el mantenimiento de la salud mental y del bienestar producido por la creatividad. Es una oportunidad para celebraciones que no deberían suscitar temor, sino aprecio por su ayuda a niños y adultos a vencer sus ocultos temores al cambio, a lo desconocido y a la muerte.

«Jolly Hallowe’en», The Miriam and Ira D. Wallach Division of Art

Fragmento de texto publicado en Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, 6 (12), 3-31, 2004.

Publicado bajo licencia de  Creative Commons — Attribution 2.0 Generic — CC BY 2.0


1. El término cempasuchitl, que designa a la típica flor mexicana de los muertos, tiene su origen en cemposalli (veinte) y xochitl (flor), en este caso una flor con veinte pétalos (Andrade 1999:34).

2. Síd o sidh es uno de los montículos o colinas mágicas o sagradas, considerados por los antiguos celtas de Irlanda como lugares liminales de acceso al «Otro Mundo» (Mac Killop 1998: 340-41); y púca o pooca es un famoso tipo de hada descrita en Irlanda, Escocia, la Isla de Man, Gales y Cornualles (Mac Killop 1998: 325), incluida por Shakespeare como uno de los principales personajes en su famosa obra A Midsummer Night´s Dream. Mary Low, que enseña Filosofía y Religión en la Universidad de Edimburgo, realizó un profundo estudio de la Naturaleza y el mundo sagrado de principios de la Edad Media en Irlanda y las Islas Hébridas. En una reciente publicación, esta erudita declara que en una época tan tardía como el Siglo XII aún existían tratados en esos lugares donde se hacía referencia a «una creencia de que en ciertas épocas del año los sid o montículos sagrados estaban .. y Samain era una de ellas» (1996:44). La lista de referencias a Samain es casi interminable (Macalister 1931; O´Fáolain 1954; Le Roux 1961:485-506; de Vries 1963: 237-8; Ross 1967:237, 1986:120-21; Danaher, 1982; Green 1986:74; O´ hÓgáin 1991:402-4; Glass 1993:3).

 

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