El rescate de la dignidad a través de la ficción
Exordio
Cosas pendientes. ¿De qué? De barrancos que lindan con el abismo de los olvidos. En cada generación existe la oportunidad para los humanos de volver a aprender la vida, de renovar lo que se ha cultivado generaciones atrás, de prolongar el conocimiento o de borrar aquello que no da orgullo. La dignidad es un merecimiento, algo que se conquista, pero que también se niega, se arrebata o se omite. Cuando una persona ha sido deshonrada, cuando un pueblo ha sido objeto de abusos, por un alguien o por un grupo que se siente con poder (y lo ostenta por alguna razón), quedará sembrado en la memoria del abusado el oprobio inmerecido.
Con palabras menos dulces podemos decir: la semilla del rencor la crea el indigno y echa raíz y aflora rompiendo el lastre que se coloca sobre las tumbas.
La ficción escrita es una herramienta que ayuda a quien quiere defenderse de una ilegalidad, es un modo de expresión de quien quiere gritar “¡no más!” y es la materia espiritual de un “hasta aquí”.
Narración
Un mal sabor de boca. Ejemplos sobran de historias donde se quiere dar una versión de hechos distinta a las oficiales. No sólo en el terreno de la narrativa, de la ficción, de la poesía épica, también en el campo de la Historia (con “H” mayúscula) y de la Antropología, como en el ámbito de las memorias políticas, las biografías oficiales y otras colindantes escrituras que desean entregar “verdades” (versiones de verdad), que no “verosimilitudes”, a un público hipotético al que se quiere convencer de quiénes son los buenos y quiénes los malos. Esto último son dos cosas distintas, dependiendo quién gana en un conflicto y cómo quiere pintarse el pasado reciente o antiguo, para favorecer mezquindades.
Cuando uno es convencido, persuadido por una historia (con cualquiera de las dos haches), se toma partido. Aquí ocurre un fenómeno inquietante: es en el ring de los estilos literarios donde se presenta la posibilidad de desbaratar “verdades históricas” y mentiras descaradas (sí, sin comillas).
Quien escribe medita la intención de lo que colocará sobre la hoja en blanco, en una región de su cerebro se reescribe y se reescriben las palabras, las frases, las justificaciones, los fines con los cuales se confrontará un dicho conveniente a intereses que se beneficiaron con eventos donde se pisotean a otros. La pluma no es la mercenaria, cuando es esgrimida por un mercader de talentos, la pluma no es la culpable de que un periodista, un historiador, un antropólogo, un novelista… etcétera, —pónganle el título que quieran—, se haga cómplice de los inefables personajes oscuros que necesitan “intelectuales” para dar su versión de los hechos. Perversos y pervertidos en contubernio, el que vende la pluma por prebendas y el que saca raja de ella o él, como autor.
División
Pero existen otros. “El dueño de la lengua es el hablante”, la sentencia se escucha entre los lingüistas, entre los amantes de la palabra y nos obliga a establecer un criterio que incluye a cualquiera que utilice este elemento cultural (la lengua), sin distinción de clase, raza, época, futuro. El hablante, los hablantes, son los que pueden convertir y revertir las historias de los individuos, de los colectivos, dando su punto de vista al mundo, cuando se da la oportunidad de hablar a sí mismos levantando la mano, arrebatándole la pluma a los doctos, a los académicos, a los que se sienten dueños de la voz de montones de almas… por los siglos de los siglos.
Puede ser a través de técnicas como la narrativa de autoficción o la escritura de guiones de stand-up donde quede patente y latiendo la a-versión de los propios hechos, de cómo se ve la vida a través de unos ojos, de cómo se piensa que transcurre o ha transcurrido la realidad.
La crítica es el ingrediente imperecedero para soltar la pluma sobre esas historias que parecen de mármol, llenas de héroes de bronce y pobladas de discursos con letras de oro. En el caso de la autoficción, es inevitable romper ídolos y traicionar los secretos de familia; el stand-up por su parte hace lo mismo pero a su manera. Ambos se confrontan con los libros avalados, con los estudios sesudos, con los artículos masificados. Rasgan y corroen algunos escritores con esta vena artística, las máscaras y las escenografías pagadas por los poderes, diseñadas por los ideólogos y preconcebidas por los cobijados de los regímenes. El olvidado sobre el privilegiado.
Confutación
La sinceridad llana mata el estilo depurado, el descaro de la plebe agrieta la caradura del dandy hiperletrado; las historias de los márgenes, los personajes de los arrabales, se dan un “quién vive” con las anécdotas edulcoradas y los caracteres destilados. Lo natural, vivo, muere frente a lo artificial… siempre.
Las otras versiones de las historias están allí latiendo, ¿dónde? En el encono, en el encabronamiento, en el hartazgo, en la falta de reflejo, en el corazón de la víctima o del agraviado. Pulsan en sus sienes, en sus pechos, en sus manos, como cuando se afianza el azadón, el martillo, la hoz, la carretilla, el lápiz, la pluma, después de horas de trabajo y de darse cuenta de que otros ostentan caciquean “el saber”, las verdades, las historias: La Realidad.
¿Conclusiones o exhortación?
A no callar. Cuando alguien se ha robado una historia que no le pertenece, cuando alguien habla por otro de un evento en donde no estuvo; cuando alguien investiga cualquier cosa para levantarse el cuello, cuando uno no se ve en aquello que otro escribió, es hora de no callar.
Se busca al maestro, se busca el taller, se invita al amigo que sabe de cosas que uno desconoce, se aprovecha al mentor que está a la mano, para que nos enseñe un camino, un resquicio, un hueco donde con nuestra voz podamos rescatar la dignidad que a otros les sirve de título, beca, sueldo, maestría, doctorado… Si se teme señalar para no perder la vida, para no ser encerrado, para no sufrir las consecuencias de levantar la piedra y arrojarla a la cabeza del sabelotodo, queda la ficción para cambiarle el nombre al aborrecible, para contar lo no dicho por el escrupuloso, para darle al traste al que se ha vendido por 30 monedas, por un concurso, por un lugar dentro de una editorial.
Porque lo mejor de todo es que a la luz siempre saldrá el testimonio sincero aplastando la cola del que expropió la vida ajena. La ficción puede arrancarle la carne a la realidad falseada, y así dar de comer a la dignidad escondida.

Etnohistoriador por la ENAH, Especialista en Literatura Mexicana del Siglo XX por la UAM, maestreante en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y próximo doctorante en Artes Mágicas.
¡Un artículo certero! ¡Felicidades, maestro!