Cuento 

Insomnio primero

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El sueño que hasta ahora se había mostrado placentero comenzaba a ausentarse. Eran alrededor de las once de la noche cuando decidió apagar la luz e ir a la cama. Esta vez fue un poco más tarde de lo normal, pensó que si hacía algo para cambiar la rutina, por pequeño que fuera a la mañana siguiente obtendría un cambio, ya que los días se sucedían uno igual a otro. No había mucho qué hacer más que estar a la espera. Confinamiento voluntario y después obligatorio. Esa noche el sueño se marchó por la ventana mientras la cerraba. En medio de la oscuridad, audibles, se presentaban sus pensamientos, cada vez más fuertes, mientras se retorcía y enredaba en las sábanas azules que le brindaban algo de calor.

A pesar de que ya estaba entrada la noche la temperatura de la habitación iba en aumento. Se sentó en la orilla de la cama esperando recuperar aquello que se le escabulló, cuando de pronto, escuchó tras de ella una voz encolerizada que le reclamaba, ¡ya duerme! Volteó y sólo recibió penumbra y silencio. Se colocó en posición fetal, cerró los ojos y cuando los abrió nadaba en basura. Aquel cuarto le recordaba a la casa de su padre, pilares de libros viejos y hojas inservibles se alzaban por doquier, objetos que carecían de uso decoraban el piso por lo que se le dificultaba caminar. Una montaña de toda aquella podredumbre se alzó ante sus ojos, detrás suyo un niño jugaban como en una especie de isla escampada ya de aquella maleza.

Pudo sentir un alivio momentáneo. Luna perseguía algo que no lograba alcanzar, hasta que el chiquillo lo tomó con sus manos y lo introdujo entero en el hocico de la gata. Aún perpleja la recibió en su regazo, ésta lucía agitada; su pelaje se encrespó y sus ojos saltones parecían querer salir de la cuenca. Saltó al piso, su boca se abría pero aquello no lograba salir. Los espasmos eran cada vez más bruscos, preocupada pensaba qué era eso que aquél introdujo en su minino; éste comenzó a regurgitar. Poco a poco se asomaba lo que le causaba mal: unas orejas largas y rosadas, un par de ojos rojizos y otro de dientes alargados. La escena era un tanto grotesca y horrorosa.

Luna que siempre estaba esponjosa y regordeta ahora estaba flaca y exaltada. Su rostro tenía una expresión de dolor. Le reclamó al niño que seguía jugando como si nada, éste sólo se limitó a verla y seguir en lo suyo. Tomó a su gata, pues tenía que llevarla al veterinario, recogió al pequeño conejo ensalivado, quería ayudarlo también, pero éste comenzó a morderla en la mano. No la soltaba y el dolor cada vez era más insoportable.

La basura comenzó a subir poco a poco, hasta llegarle a la garganta. Su boca se abrió para gritar… Nada, silencio. El sonido de su respiración agitada era todo lo que escuchaba ahora, mientras miraba su mano que aún dolía y una sensación de frío le recorría todo el cuerpo. A su alrededor todo permanecía quieto, jaló las sábanas azules, se cubrió y poco a poco recobró la calidez que le fue robada hace unos instantes.

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