La pista de hielo
«Si he de vivir
que sea sin timón & en el delirio»
Mario Santiago Papasquiaro
Leí el cartel que tenía frente a mí, sobre la vereda por la que caminaba: «Tu pelo es la corona que nunca te quitas» y pensé sí, por qué no, es ésta. En realidad, estaba buscando un salón en donde el peluquero, sea cual fuere su sexo, tuviera, al menos, un rasgo de vida; pero, no. No quedaba peluquería alguna en la ciudad que fuera atendida por seres humanos. No importa, dije en voz alta, sólo es un corte, y entré.
Lo peor fue el comienzo esas ganas de saberlo todo y de no saber qué hacer y las manos tan torpes dos ojos torpes queriendo ver tocar todo metiéndose en la cara y el pelo cayendo el pelo subiendo y pasa detrás de las orejas y los labios se despegan apenas y el aire está frío en los dientes y quiero decir algo pero solo tengo esta voz que habla que me habla que quiere hablarle y no dice nada nada el pulgar y el índice se detuvieron en la pera descanso pero sigo hablando y el corazón es el suelo de un salón lleno de bailarines de Tap qué llevas puesto lo que quieras da igual un pullover tejido suelto sentado a mi lado le dice mi voz adentro y su corbata luce como una iguana parlante a la que estoy intentando escuchar murmura palabras dulces pero es más bien un tiritar pobre iguana el índice se igualó al movimiento de los otros tres dedos y únicamente el pulgar flota en el aire qué frío mi mejilla es una pista de hielo y sus dedos la pareja del certamen dando vueltas y más vueltas en el centro van primeros sus cuerpos son uno solo el cuerpo uno solo y sobre el hielo el calor empieza a notarse todos los seres humanos más o menos normales habíamos sentido eso alguna vez todos y ahora está tan frío tan frío.
«Por favor, tenga la amabilidad de elegir el corte. Este es el catálogo de la muestra. Las imágenes se irán desplazando sobre la pared hasta que usted pestañee y ese será el corte que elija», dijo aquella voz sin brillo, yo no agregué mucho más. Tuve que hacer un esfuerzo para no pestañear, si ustedes viesen estos raros peinados nuevos. Al final, mi abuelo tenía razón «la historia se repite, siempre habrá hippies», qué nos deparará el futuro entonces. Pestañeé, ese, total, es lo mismo, mientras queden algunos mechones para que se entretenga llevándolos detrás de las orejas, el corte, el resto, el pelo en general, es lo mismo. «Por favor, deje la cabeza quieta, será solo un momento»… (esta voz sin gracia suena más apagada que la mía).
Decime de qué color son tus ojos verdes como las hojas en las ramas de los árboles y los monos balanceándose entre las lianas que cuelgan y sus grandes manos escurren sus dedos entre los pelos buscan piojos para matar el tiempo que es siempre el mismo y lo matan una y otra vez el tiempo y llega y pasa y vuelve a llegar y está frío de nuevo sentados en el banco de un parque artificial que es solo un holograma con distintos paisajes superpuestos imposibles de alcanzar cada cual con su infierno que no es más que el cielo negado de unos ojos quiero hablar y hablo pero es acá adentro acá y tus dedos parecen cansarse y querer echarse a dormir.
Está bien así, me gusta, mentí. «Son cuarenta brillantes», dijo, «puede pagar con tarjeta y llevarse un souvenir». Le faltará brillo pero le sobra amabilidad y no emitió ninguna queja, ni un suspiro; eso sí, durante el corte ni una palabra, solo cortó. Mi cara en el espejo es el espejo, me rebanó media corona. Las orejas, desnudas. ¿De souvenir, puedo llevarme el pelo sobrante?… qué triste ver cómo una malgasta una broma y lo evidencia riéndose sola.
Lo peor es el final esas ganas de querer saberlo todo y de no saber qué va a pasar hay peces flotando en el aire puedo sentir el agua y la voz mi voz hundida un eco ahogado y sordo las mejillas rozagantes frías a la espera de tus manos y aquellos cielos privados por castigo son barcos que olvidaron flotar leven anclas marineros esto es alta mar y el pullover tejido suelto intenta secarse y se moja más los peces atraviesan la carne el abdomen se hace espalda y mucho mucho más como cuando llegaste con tus ganas serviles de tocar mirar y tus dedos proyectiles en busca de la sombría costumbre de mis mechones al colgar flota el pulgar como siempre como ahora y la pareja encuentra su pista de hielo y baila confiada vueltas y más vueltas al compás de un solo de Tap lindo el paraíso para quien puede mirar nos hablamos en silencio a la iguana se le habrá hecho costumbre el frío ya no tirita más.
Puse el resto de mi pelo entre sus dedos y le cerré la mano. Está mojado, dijo. Es un pez, quise decirle. Abrió la mano. Lindo souvenir el de este cielo, murmuraron sus labios. Y dibujó al pez nadando en nuestra pista de hielo.

Soy argentino; tengo 37 años, dos hijas; soy enfermero, escribo
para vivir. Leo cuanto puedo; leer y escribir, para mí, sin actos de auténtica rebeldía.
Que relato tan curioso, la verdad es que me gustó porque nunca había leído algo parecido. Lo que más me ha gustado es esa forma de combinar lo cotidiano con esas descripciones preciosas, casi poéticas de lo que el protagonista percibe.
Espero que sigas escribiendo porque no lo haces mal.