No todas las rolas tristes acaban mal
Te invito al centro por un elote
y a comérnoslo
lejos del barullo provocado por los silencios
en la gente que guarda su abrazo.
Te invito a que haga frío
y nos acostemos en mi cobija de tigre
a ver la muerte pasar.
Te invito a rentar un Xbox
y jugar a que somos
dos piezas de algo
sin amenazas de guerra nuclear,
donde podamos
ser morritos otra vez
pa´ saltar en llantas recicladas,
luego, estar en los 20s
sin saber a dónde guiar
nuestros zapatos,
al final
(5 minutos antes de acabar la partida)
podamos ser arrugas mitad polvo
y pueda decirte:
“Cecilia, estos años contigo han sido un parpadeo”.
Te invito a robarnos un Tsuru,
tunearlo,
pasear por Embajadoras
a altas horas de la noche,
que no intente parar un tránsito
y huyamos
como siempre hemos huido de nuestras propias pisadas,
pero esta vez,
quizá no la última,
juntos.
Vamos a ningún lugar a no hacer nada;
vamos a ver estrellas con audífonos,
uno cada quien;
vámonos alv;
vamos a alguna casa,
te invito a ver películas
que hablen de alguien que no es nosotros
pero se parezca.
Tú nomás
invítame a recostarme en tus piernas
y sentir
que cuando cierro los ojos
mis cicatrices son aire.